Un grupo de chicas con botas de fútbol y petos amarillos de entrenamiento está de pie en el arcén. Cuando aún no son las seis de la mañana, esperan la vieja camioneta que las llevará a las chozas de madera de las lodosas calles del confín de la ciudad, deteniéndose en su ruta en las casas de muchos niños y en orfanatos.