Alejados de las calles gracias al fútbol

Un grupo de chicas con botas de fútbol y petos amarillos de entrenamiento está de pie en el arcén. Cuando aún no son las seis de la mañana, esperan la vieja camioneta que las llevará a las chozas de madera de las lodosas calles del confín de la ciudad, deteniéndose en su ruta en las casas de muchos niños y en orfanatos.

Estamos en Battambang, ciudad de 200.000 habitantes situada a unos 300 kilómetros al oeste de la capital camboyana Phnom Penh. Sina, el conductor, conoce el camino a las chozas y no se deja intimidar por una carretera llena de baches. Cada vez que se detiene, otro grupo de chicas salta a la camioneta que pronto queda peligrosamente sobrecargada y el ruido en su interior aumenta cada vez más con la animada charla de sus pasajeras.

En Camboya, las calles no son lo único difícil de sortear. La vida diaria también es una lucha para muchos de los 14.3 millones de habitantes. Aunque la provincia de Battambang es conocida como el “tazón de arroz” por su fértil suelo, sus habitantes todavía tienen que sobrevivir con una media de 1.800 rieles al día, el equivalente a medio dólar.

Pese a que sin duda ha habido mejoras en los 23 años de estabilidad del gobierno del Partido del Pueblo de Camboya del Primer Ministro Hun Sen, regiones como Battambang todavía exhiben las cicatrices del régimen de los Jemeres Rojos, que destruyó escuelas, comunidades y familias. La edad media en Camboya es de 22 años y más del 50 por ciento de la población tiene menos de 21. Pocos niños asisten a la escuela, sobre todo en las provincias, y hay poco apoyo a la educación.

Trabajadoras Infantiles
Las niñas en particular se ven obligadas a soportar el peso de estas difíciles circunstancias. La falta de trabajo y el esfuerzo de los padres de velar por sus familias obligan a las niñas a ganar un salario, ya sea como trabajadoras del campo, vendedoras ambulantes, trabajadoras ocasionales o mendigas. Se cree que hay más huérfanos y niños de la calle en Camboya que en cualquier otro lugar del mundo, y la organización Street Children calcula que 20.000 niños malviven en las calles.

Muchas familias, de buena fe, dan en trueque a sus hijas a empresarios sin escrúpulos, convirtiéndolas así en presa fácil de los traficantes de menores y conduciéndolas a una vida de esclavitud y prostitución forzada. Pasadas ilegalmente a través de la frontera, acaban en burdeles de Tailandia y Vietnam y son desplazadas de un lugar a otro, sin dejar rastro a sus familias.

Es una situación bien conocida por las niñas de la camioneta, procedentes casi todas de hogares y organizaciones que ofrecen refugio a niños sin hogar. Muchas de ellas lograron volver tras largos periodos de trabajos forzados, una huida que no habría sido posible si un joven maestro suizo de enseñanza primaria no se hubiera hecho con un nombre en la primera división de fútbol nacional antes de toparse con el mundo de los niños de la calle tras el robo de un casco de motocicleta…

Maestro viajero
La historia comenzó hace unos diez años cuando Sam Schweingruber llegó a Camboya como un joven profesor de 24 años que quería ampliar horizontes antes de regresar a su país para comenzar su vida laboral. “Quería viajar y ver mundo”, recuerda Schweingruber de aquel primer viaje, que comenzó con una estancia en la India, seguida por una visita a la Copa Mundial de la FIFA 2002 en Corea y Japón y terminó en Camboya.

Futbolista aficionado entusiasta, con experiencia como entrenador infantil en Suiza y una licencia “B” de entrenador de la Asociación Suiza de Fútbol, Schweingruber decidió quedarse en Camboya porque, en sus palabras: “Aquí pasaban muchas cosas desde mi llegada”. Pronto pasó de dar patadas al balón en el parque a ser centrocampista estrella en la primera división del país. Gracias a su considerable ventaja de altura sobre los contrarios, nunca perdió un encuentro aéreo. Como salario mensual, su club, el Mild Seven, le pagaba un paquete de cigarrillos y 30 dólares en metálico.

Con su metódico enfoque y sus conocimientos, Schweingruber pronto fue ascendido a entrenador. Sin embargo, todo el fútbol de Camboya giraba en torno a la primera división. La selección nacional masculina ocupaba el puesto 178 en la clasificación mundial y solo un entrenador del país tenía una licencia “A” de entrenador. El fútbol callejero era rudo y desestructurado, y no había sistema alguno de desarrollo juvenil ni ligas juveniles.

Un robo oportuno
Un par de años después de su llegada al país tuvo lugar un incidente que cambiaría el curso de la vida de Schweingruber y de muchos jóvenes camboyanos. “Solía ir en moto por Phnom Penh y una vez estaba hablando con un amigo cuando me di la vuelta y vi que me habían robado el casco. Me enfrenté con el ladrón que intentaba venderlo y vi que estaba drogado. Nadie le cuidaba ni se preocupaba por lo que le pasara”, recuerda Schweingruber.

El encuentro abrió los ojos de Schweingruber, que se dio cuenta de que podía ayudar a más gente en Camboya que en su país: “Cuando regresé a Suiza, seguí preguntándome por qué no había fútbol juvenil en Camboya”. Pronto comprendió que tenía que volver para ofrecer una alternativa a los niños de la calle.

En junio de 2004, Schweingruber formó su primer equipo de niños callejeros en una esquina de Phnom Penh donde casi había atropellado a uno de ellos con su moto. Realizaba los entrenamientos bien entrada la tarde y le costó mucho ganarse la aceptación y el aprecio de los oficiales futbolísticos locales. Después, en 2006, la asociación le ofreció un contrato para el desarrollo del fútbol juvenil.

Curar con SALT
El proyecto no prosperó debido a un cambio en la gestión de la asociación el día en que Schweingruber tenía que firmar el contrato, así que, tomó el asunto con sus propias manos y se desplazó a Battambang donde fundó una academia que llamó SALT: acrónimo de Sport and Leadership Training (“Formación en Deporte y Liderazgo”).

Compró con su dinero gorras, balones y petos de entrenamiento y pronto creó su propia liga de fines de semana. Quince equipos sub-17 comenzaron la temporada en otoño de 2006 y un año después se incorporaron también las chicas. Ahora, más de 2.000 chicos y chicas de tres provincias participan en más de 500 partidos por temporada. Antes de cada partido, trabajadores voluntarios imparten clases de liderazgo en las que enseñan a los niños a abrirse paso en la vida y a evitar el abuso del alcohol, la adicción a las drogas y los delitos menores.

Schweingruber tuvo que esforzarse mucho para convencer a la gente de los beneficios de su trabajo: “Quería mostrar que el papel del fútbol va más allá del entrenamiento pero es difícil cambiar el modo de pensar de la gente. Muchos padres todavía creían que el deporte era  una pérdida de tiempo y que no te enseñaba nada útil para la vida”. En vista de que las mujeres aún ocupan una posición inferior en la sociedad camboyana, Schweingruber creó grupos de entrenamiento específicos para niñas. “A muchas mujeres se les impide desarrollarse independientemente y vivir su propia vida como nosotros. Con nuestro trabajo, podemos mostrar que las niñas merecen respeto”.

La paciencia de Schweingruber se vio finalmente recompensada. SALT logró tener equipos masculinos sub-11, sub- 13 y sub-16 y un equipo masculino de categoría absoluta que participa en torneos nacionales, así como equipos femeninos sub-13 y sub-16. Formado por entonces como Instructor de Fútbol Base de la FIFA, Schweingruber se había convertido en un experto en fútbol femenino del país y cuando se invitó a Camboya a jugar su primer partido internacional femenino en Laos en la primavera de 2009, era lógico que Schweingruber fuera designado entrenador de la selección nacional femenina. Se trata de un puesto que sigue ocupando, aunque se apresure a señalar que el carácter ad hoc del calendario del equipo implique que su función no pueda compararse con la de un seleccionador nacional a tiempo completo.

Éxitos personales
Sin embargo, ha habido varios éxitos personales que han ido más allá de los resultados individuales de los esporádicos partidos del equipo. Por ejemplo, durante aquel viaje inaugural a Laos, patrocinado por la FIFA, la alineación camboyana incluyó a Nin y Vesna, dos jóvenes hermanas que habían empezado a jugar al fútbol en la Academia SALT tras volver de una vida de explotación y abusos en Tailandia. Eran tan buenas jugadoras que pronto se aseguraron un puesto regular en el equipo y, actualmente, Nin lleva el brazalete de capitana. Es más, se ha formado como instructora en los seminarios para entrenadores de Schweingruber y ahora se gana la vida como entrenadora.

“Antes de descubrir SALT, pocas veces reía. Ahora llevo jugando al fútbol tres años y me he reído mucho durante este tiempo”, señala Nin.

Historias así son un digno homenaje al trabajo realizado por SALT y su fundador en los siete años transcurridos desde su llegada casi accidental al mundo de los niños de la calle.

“Irónicamente, mis padres nunca quisieron que jugara al fútbol, porque pensaban que sería una mala influencia, en especial para mi educación,” dice Schweingruber con una sonrisa. “Ahora, sin embargo, he podido probar aquí en Camboya que el fútbol y la educación pueden complementarse”.

“Como maestro en Suiza ya estaba interesado en el papel educativo del fútbol y en cómo podía ser mucho más que dar patadas a un balón. Pero mi experiencia desde mi llegada a Camboya ha supuesto algo totalmente nuevo. Me ha demostrado que es posible cambiar de verdad la vida de los niños mediante el fútbol, comenzando con unas sencillas patadas. Las ligas en que juegan ahora los niños y los elementos educativos que la academia ha introducido son, por supuesto, mucho más avanzados de lo que cualquiera de nosotros podría haber soñado los primeros días, pero el principio sigue siendo el mismo: cambiar las perspectivas de los niños desfavorecidos haciendo posible que jueguen”.

Fuente: FIFA.com



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